lunes, 2 de septiembre de 2019

raíces


Mi abuelo tenía noventa años.
El vecino de arriba había comprado aquella serpiente hacía un tiempo.
Tuvo que emigrar en busca de trabajo.
Es venenosa, vive en las selvas, así nos dijo un día que mi abuelo quiso subir a verla.
Caminó campo a través durante semanas huyendo de la guerra, comiendo raíces y lagartijas.
La tenía en un terrario, pero se escapó.
Vio cómo mataban a su hermano.
Se coló por una tubería y entró al piso de mi abuelo por el fregadero.
A oscuras para no molestar a mi abuela, cada noche se levantaba para ir al lavabo.

la última piedra


Empezamos a construir un muro en nuestro jardín.
Casi sin darnos cuenta, cada día poníamos una piedra aquí otra allá, sin ninguna intención. Piedras grandes, pequeñas, que encontrábamos por la calle.
No sabría decir quién de los dos empezó.
Mis hijos también colaboraron, como nosotros, sin saber muy bien lo que hacían.
Los vecinos preguntaban qué era lo que estábamos construyendo. Ninguno de nosotros supo explicarlo.
Una mañana de agosto, al cabo de unos años, aquello ya estaba acabado. Fue el pequeño quien decidió que esa había sido la última piedra.
Cerramos la puerta y empezamos a preparar el desayuno.

viernes, 9 de agosto de 2019

antiguo ceramista


Una tarde fui a visitar a mi abuela. Hora de la siesta.
Me había dejado un juego de llaves para no molestarla.
Entré sin hacer ruido.
Estaba en la cocina. No me oyó entrar.
Me quedé apoyado en el marco de la puerta.
Preparaba un bocadillo.
Cortó un trozo de pan, lo abrió por la mitad, cogió un tomate, lo restregó con parsimonia, después un hilo de aceite, un pellizco de sal. Colocó más tarde unos trozos de fuet, como aquel antiguo ceramista que incrustaba piedras preciosas en la vasija.
Cuando hubo acabado, se giró y dijo: Toma, para ti.


lunes, 29 de julio de 2019

extraño malabarismo


Aquella tarde llevamos a nuestros hijos a la feria.
Había cuatro atracciones, pero ellos solo querían subirse en un destartalado tren de la bruja.
De dónde habría salido ese tren, esa vía.
Compré dos fichas.  
Mientras los niños se subían, un hombre se puso una careta de bruja y se encaramó al último vagón. Nadie pareció verlo.
En la mano, una pequeña escoba con la que hizo un extraño malabarismo.
La bruja me miró fijamente.
Mis hijos reían nerviosos en el primer vagón.
Hice el ademán de subirme para sacarlos de allí.
Pero entonces el tren se puso en marcha.


neblina


La cosa empezó a torcerse cuando mi padre compró la mosquitera.
Hasta aquel momento habíamos vivido todos esos años sin necesidad de ninguna mosquitera en la puerta de entrada. Incluso mi madre había llegado a decir que allí no se pondría nunca ninguna mosquitera, porque no hacía falta y, sobre todo, porque enturbiaría la vista del río y la montaña que tanto había contemplado la abuela.
Con el tiempo, la mosquitera fue llenándose de polvo y telarañas, y la nítida luz que siempre se había colado por aquella puerta se convirtió en una neblina cada día más apagada y sórdida.